El mirlo común, o simplemente mirlo, es una de las aves más comunes en nuestros parques. También es una de las más llamativas, no sólo en lo estético sino también por su canto.
Los machos son negros, con el pico naranja y un aro ocular del mismo color, lo que le da una apariencia muy hermosa. La hembra, es de un color pardo oscuro, y su pico no es tan llamativo.
El otro rasgo que ya hemos mencionado y que también llama su atención es el canto. Posiblemente sea uno de las más bellos que podemos escuchar en la Naturaleza en España y seguramente sea el más bello que podemos encontrar en las ciudades como Alcorcón. Es un canto muy melódico que se escucha a finales del invierno y comienzo de la primavera, sobre todo al atardecer y al amanecer.
Se alimenta principalmente de insectos y de pequeños frutos. Es un especialista en capturar lombrices bajo tierra. A veces se les ve reconociendo el terreno hasta que pegan un picotazo en el mismo, y acto seguido saca una lombriz que había estado oculta, hasta entonces.
Los mirlos, han ido ganando terreno en las ciudades poco a poco. Y también confianza con el ser humano. Los individuos que viven en el campo son muy cautelosos y apenas se muestran al ser humano. Los de la ciudad, por el contrario, son mucho más confiados, permitiendo que el ser humano se acerque más, aunque si el acercamiento es excesivo, no dudarán en levantar el vuelo y emitir un estridente canto de alarma.
En época de cría, son aves muy territoriales, que no permiten que otros mirlos se adentren en su territorio. En esta época, no es difícil verlos en disputas bastante agresivas por el territorio. Si el que se adentra en el mismo es un posible depredador (Gato, urraca...), no dudarán en defender sus nidos con ardua fiereza.
Hace unos días, observaba desde la terraza como un grupo de mirlos, atosigaba a una urraca que se había acercado más de la cuenta, posiblemente, a algún nido. Los mirlos, emitían continuos sonidos de alarma y se abalanzaban sobre la desconcertada urraca que no tuvo más remedio que desistir y marcharse. Una vez que la urraca se marchó, cada mirlo regresó a su árbol y la paz regresó a la calle. Si el que osa estar cerca de un nido es un ser humano, tampoco se amilanan. Hace muchos años, cuando yo aún era un joven adolescente, observé un niño que cogió un pequeño mirlo que había caído de un nido. No tardó en llegar la defensa de los padres, que ni cortos ni perezosos, se abalanzaban sobre el niño en actitud bastante agresiva, hasta que este no tuvo más remedio que dejarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario